LA VIDA ES VOCACIÓN
Joven, si tienes interés por
conocer las Hermanas Angélicas de San Pablo, contáctanos, estaremos gustosas de acompañarte en tu camino.
hermanasangelicasdechile@gmail.com
Av. Nonato Coo 3850
Puente Alto – Santiago
Los comienzos tuvieron lugar,
oficialmente, el 15 de enero de 1535, fecha de la Bula Pontificia de
aprobación, pero sus primeros pasos se remontan a unos años antes, con un grupo
de jóvenes reunidas en torno a Ludovica Torelli, condesa de Guastalla, en una
casa cerca de la basílica de 5. Ambrosio en Milán. Bajo la dirección
espiritual de Fray Battista de Crema, dominico, la joven condesa había
abandonado su vida de lujo y de placer para entregar sus riquezas y su propia
persona a una vida de buenas obras. Por mediación del común director espiritual,
sus caminos se cruzaron con los de Antonio Mª Zaccaría que, recién ordenado
sacerdote, se había trasladado de Cremona a Milán. Con la ayuda espiritual del
joven sacerdote, la pequeña comunidad se dedicó a una intensa vida de oración,
con sencillez, humildad y un gran espíritu de penitencia, tanto más ejemplar
si se piensa que muchas de ellas procedían de la misma nobleza milanesa y
estaban por tanto acostumbradas a otro tipo de vida.
Por inspiración de una joven
novicia asumieron el nombre de Hermanas Angélicas de S. Pablo, que resumía
todo un programa de vida: ser como los Ángeles por la pureza de las costumbres
y la santidad de vida, e imitar a S. Pablo en el ardiente amor a Cristo
Crucificado y en la entrega apostólica.
Vicenza, Verona, Venezia,
Brescia y Ferrara fueron las primeras ciudades en las que se desarrolló su
apostolado iniciado en 1537 al lado de los Padres Barnabitas. Su tarea específica
en las «misiones» era la catequesis, el cuidado de los huérfanos y
de los enfermos y, sobre todo, la reforma de los monasterios que, por razones
históricas y sociales, en aquella época eran muy poco «Casas de Dios».
La «familia» fue
aumentando, pero la decisión del Concilio de Trento de que todas las mujeres
consagradas tenían que vivir en clausura, vino muy pronto a mutilar el
primitivo programa de vida activa, que resultaba ser un anticipo histórico
demasiado grande. Fue así que las Angélicas, nacidas para «desplegar sus
banderas y anunciar por doquier el espíritu vivo», se vieron obligadas a
asumir una vida claustral.
Desde su clausura siguieron
irradiando santidad, tanto que el santo obispo de Milán, Carlos Borromeo, las
honró siempre con su estima y protección y las llamó «las piedras más
preciosas de su mitra episcopal». No pudiendo ya acudir en persona a los
diferentes campos de acción pastoral, acogieron en sus monasterios a las adolescentes
deseosas de una verdadera educación cristiana, y ofrecían, a cuantos acudían a
ellas, consejo, palabras de aliento, impulso para una vida espiritual y
piadosa.
En el año 1810, un decreto de
Napoleón obligó a las Angélicas que no quisieron abandonar su vida de
consagración, a concentrarse, junto con monjas de otras órdenes, en el
Monasterio Mayor de Milán, con la prohibición explícita de recibir nuevas
vocaciones. En 1848 falleció la última Angélica, la M. Mª Teresa Trotti
Bentivoglio.
Todo parecía terminado, sin
embargo, los designios de Dios eran otros. A finales del siglo pasado, los
años previos a la canonización del Fundador, Antonio María Zaccaria, estimularon
un creciente interés hacia su persona y su obra. Uno de los frutos de este
interés fue el deseo de ver renacer la rama femenina por él fundada. Artífice
de este resurgimiento fue el Barnabita Pío Maun, con la colaboración de dos
jóvenes de Cremona: Antonia Corbellini y Cristina Caravaggio, que el 21 de noviembre
de 1879, en la ciudad de Lodi, dieron inicio a la primera comunidad de la
renovada congregación, obviamente de vida claustral. De Lodi pasaron a Crema y,
por fin, a Milán, la ciudad que las había visto nacer siglos atrás.
Pasados los primeros tiempos,
de escasez, incluso numérica, se fundaron otros monasterios: Fivizzano y
Arienzo. Desde este último se dieron los primeros pasos para volver al ideal
primitivo de vida activa. Artífice de este paso tan trascendental fue la M.
Juana Bracaval, una mujer generosa, entregada y de honda vida de fe, esperanza
y caridad. Confiada totalmente a la Divina Providencia y dócil a su director
espiritual, que era un Padre Barnabita, había dejado su patria, Bélgica, para
servir a Dios en una orden prácticamente desconocida y en un país extranjero.
Hoy su proceso de beatificación va por buen camino, habiendo sido declarada
Venerable justamente este año centenario de la canonización del Fundador. Dulce
y enérgica a la vez, generosa y piadosa, dio los pasos necesarios para que el
monasterio de Arienzo fuera autorizado a quitar la clausura. Le siguieron los
monasterios de Milán y de Fivizzano, y el 5 de julio de 1926 un Decreto Pontificio
declaraba resurgida la Congregación de las Hermanas Angélicas haciendo «revivir
a las Angélicas de S. Pablo, que tuvieron a S. Antonio Mª Zaccaría como
padre y fundador» (palabras textuales del citado Decreto). El mismo año se
celebró el primer capitulo general en el que resultó elegida como primera Madre
General la propia M Juana Bracaval.
Sucesivamente la Congregación
ha ido alargando su radio de acción. Hoy está presente, además de en Europa
(Italia, Bélgica, España, Portugal, Kosovo), en América (Brasil, Chile, Estados
Unidos), en Asia (Filipinas) y en Mrica (Zaire). Nos dedicamos principalmente
a la educación cristiana en la escuela y en otras obras juveniles, pero también
trabajamos en misiones, en residencias de ancianos y en obras sociales.
En Chile estamos presentes en
la comuna de Puente Alto, Santiago, con un floreciente colegio San Pablo y
colaborando en la actividad parroquial. Mucho más numerosos serían los campos
de acción si la actual crisis vocacional no obligase a renunciar a tantas
peticiones.