1. INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo objetivamos reflexionar
un tema antropológico de bastante amplitud y además problemático: la relación
entre la gracia de Dios y la libertad o libre albedrío humano desde el enfoque
de San Antonio María Zaccaría, fundador de los Clérigos Regulares de San Pablo
(Padres Barnabitas), las Hermanas Angélicas de San Pablo y los Laicos de San
Pablo, la familia zaccariana. El tema se volvió problema luego de la lectura de
sus Escritos (Cartas, Sermones y Constituciones), más específicamente, a partir
ciertas afirmaciones suyas, tales como: «Deseo y quiero -si así quieren- que
lleguen a ser grandes santos», pero «inútilmente se trata de reformar las
costumbres si no está la Divina
Gracia», pues «lo que por su propia naturaleza parece ser imposible, con la
ayuda de Dios se vuelve muy fácil, a condición de que aportemos industriosa y
generosamente nuestra colaboración», además de reivindicar la «excelencia del
libre albedrío», lo que conllevó en la siguiente pregunta metódica: ¿cómo
entender, en términos zaccarianos, que el hombre puede, «si quiere», llegar a
un alto grado de perfección, sin embargo, para eso necesita el auxilio de la
«gracia de Dios»?
San Antonio María Zaccaría (1502-1539) nació en
Cremona, norte de Italia, y, de manos de Antonieta Pescaroli, su mamá, fue
educado en la doctrina católica y espiritualidad mariana desde muy tierna edad.
Marcado por la madurez precoz, a los 18 años concluye los estudios primarios y
recibe el título profesional de médico cuatro años más tarde en la universidad
de Padua, pero casi no ejerce esa profesión, si no atendiendo a los enfermos
pobres de los repetidos contagios de la peste en la casa de su familia.
Impresionado por el contexto religioso y vivencia cristiana de su época se
dedica a la catequesis de niños y adolescente, convencido que, más que remedio
corporales, eran necesarios también los remedios espirituales, a fin de
«reformar» la situación religiosa, empezando por la intimidad religiosa de cada
persona. Dirigido espiritualmente por Fray Marcelo, inició su opción sacerdotal
contactándose con los padres dominicos, misma Orden de su director espiritual.
El 20 de Febrero de 1529 recibe la ordenación sacerdotal y en su primera misa,
que celebró humildemente en la
Iglesia de San Víctor, junto a familiares y algunos amigos,
atestiguan los historiadores más rigurosos que al momento de la consagración se
hizo visible un coro de ángeles adoradores, muestra de su también precoz
santidad. En efecto, su disponibilidad y ardor apostólico extremos le comprimen
los años vitales, así que 8 años de sacerdocio le fueron suficientes para hacer
un fructífero trabajo de reformar a la Iglesia católica, empezando por la vivencia de la
fe católica del siglo XVI. Mediante variadas misiones de reforma, acompañado de
sus «tres colegios» fundados por él, buscó reparar y sanar (como médico
espiritual) los males tanto de la vivencia religiosa de los fieles como también
de la propia vida religiosa, corrompida por la creciente decadencia. La
infatigable caridad y donación a la tarea de reformar las costumbres hace que
el 05 de Julio de 1539, en brazos de su mamá, sea recibido en la gloria de
Dios. Fue canonizado por el papa León XIII el 27 de Marzo de 1897.
Las mayores influencias en el pensamiento de
Antonio María son dos: el «paulinismo» y el tomismo. Asiduo lector de los
escritos de San Pablo, el Fundador asimila con cierta facilidad conceptos
paulinos y consigue relacionarlos y reflexionar, demostrando así cierta
intimidad con los textos paulinos y su aplicación e interpretación en diversas
partes de su exposición. Asimismo, el sistema aristotélico del pensar de Tomás
de Aquino se hace perceptible en las reflexiones sobre la gracia. Es posible
que tal influencia provenga de sus estudios en Padua, centro académico de la
época, marcado por el sistema aristotélico. Además, el estudio de la Sagrada Teología incrementó aún
más esa influencia por el contacto a menudo.
De todo eso, el acercamiento al modo de pensar
y reflexionar de Antonio María cautiva por la sencillez de la exposición,
también la forma directa como expone, sin rodeos o indecisiones. Otra
característica que atrae es el carácter metódico de su exposición: siempre
partía de argumentos dogmáticos bíblicos para así llegar a los prácticos,
aplicando a la situación que más le preocupaba es sus «amados hijos e hijas»:
la perfección y el crecimiento espiritual.
El método empleado para estudiar el tema de la
gracia en Antonio María ha sido la lectura orgánica de sus Escritos, desde una
perspectiva teológica dogmática, constando de los siguientes pasos: 1. Lectura
de los Escritos y fichaje de los pasajes que trataban de los temas de la gracia
y el libre albedrío; 2. Construcción del índice y de una primera redacción con
las fichas hiladas, de modo que expusiera coherentemente el pensamiento del
Fundador sobre el tema; 3. Análisis conceptual de todas las fichas, verificando
posibles vínculos e influencias, analizando también el texto en el idioma
original (italiano); 4. Manejo de bibliografía secundaria para apoyo acerca del
tema como también de estudios científicos sobre los propios Escritos; 5.
Construcción de la redacción final del trabajo.
La precisa utilización del método condujo a la
división del trabajo en cuatro tópicos: en el primero analizamos la Gracia como Don, después como
santificación, en seguida como «carisma», y, por fin, la relación Gracia y
Libre albedrío.
2. GRACIA COMO DON
Un primer aspecto notable en la reflexión
zaccariana sobre la gracia, es su carácter de don, que por la bondad divina
recibimos.
Tampoco
podrás imaginarte (si guardas un mínimo de sentido común) que la Bondad divina se haya
movido por sí misma para hacer los cielos, los elementos, los animales, las
plantas, minas y rocas para el hombre; y más, haber hecho el hombre a su imagen
y semejanza, depositario de su gracia, receptáculo de su beatitud (Sermón 1, p.
82).[1]
En efecto, el carácter de don se da,
principalmente, por la espontaneidad de la «Bondad divina» al «moverse por sí
misma», o sea, la gracia proviene de la libre iniciativa de Dios en donar, en
la libertad de su amor regala «para el hombre» todo lo natural[2], los
cuales son gracia porque proceden de la pura bondad de Dios y puestos a la
disposición del hombre en el mundo. De ahí que es un donar «para el hombre»,
demostrándolo como un ser capaz de recibir la gracia divina, y es capax gratiae por haber sido creado a la
imagen y semejanza de Dios, lo que le hace capaz de conocer y ser destinatario
de la liberalidad donante de Dios, como «depositario»[3].
En fin, tales gracias naturales son
muestras de la bondad infinita de Dios, que todo ha dado al hombre, y ése todo
ha recibido de Dios. De donde se sigue, asimismo, un punto importante en la
temática de la gracia: el mérito del hombre, el cual consiste en que Dios ha
dispuesto libremente asociarlo a la obra de su gracia[4],
ya que el hombre ha recibido todo, y así sus méritos son atribuidos a la gracia
divina.
S. Antonio describe, además, cómo Dios dona su
gracia y hace el hombre "receptáculo de la gracia":
Oh,
¡Amadísimo! Convéncete que Dios procede de manera contraria a la del hombre.
Dios causa la gracia y su luz primero en el alma, y después la infunde en el
cuerpo (Sermón 2, p. 103).
Explícitamente, se nota como para Antonio María
Dios es causa de la gracia, Él es el fundamento de las gracias que el hombre
usufructúa y de Él proceden desde su benevolencia. Por tal razón se habla del
carácter sobrenatural de la gracia,
ya que no pertenece al orden natural de las cosas creadas, «es un don que
trasciende todas las fuerzas, posibilidades y valores de la naturaleza»[5].
La gracia es una realidad o algo real infundido al alma, y por ser infundida es
distinta del alma[6]. A
este tenor, si Dios causa e infunde la gracia en el alma, entonces la
preparación para la acogida de la gracia ya es obra de la gracia misma, es
decir, la gracia se convierte en condición de posibilidad para la capacidad de
ser «receptáculo» de la gracia, la cual es necesaria para suscitar y sostener
la colaboración humana a la justificación mediante la fe y la santificación.
Por otro lado, esa afirmación del Santo
Fundador sirve, además, como argumento contrario a cualquier especie de
dualismo, pues alega que hay gracia también en el cuerpo, en la materia, al
igual que en el alma, confirmando un dicho de S. Tomás: «Gratia supponit naturam et eam non destruit sed perficit»[7]
(la gracia supone la naturaleza y no la destruye, sino perfecciona). Sería la
gracia habitual, un auxilio que mueve
hacia el bien, o más bien, «la disposición divina para vivir y obrar según la
vocación divina»[8]. Como
ha dicho San Agustín: «Él por su acción, comienza haciendo que nosotros
queramos; y termina cooperando con nuestra voluntad ya convertida»[9].
Supuesto el proceso de cómo recibimos el don de
la gracia por generosidad de Dios, el hombre también puede hacer algo para que
obtenga la gracia:
La
segunda práctica o ejercicio que, con lo anterior [el ejercicio habitual de la
oración a cualquier hora, tiempo y modalidad], contribuirá a obtener de Dios
mayor generosidad de gracia, es la frecuente elevación de la mente (Carta III,
p. 28).
Se señala, entonces, la posibilidad de
participación del hombre en el proceso de obtener la gracia, y el medio para
esa participación es la «frecuente[10]
elevación de mente», la cual ha sido la definición clásica de la oración[11].
Ese ejercicio nos es nada más que el de la oración contemplativa, que de por sí
es un don, una gracia y expresión más sencilla del misterio de la oración[12].
No obstante, es factible la pregunta por el
hábito y práctica de la elevación de mente si por liberalidad y benevolencia
Dios da de su gracia. En razón de esa factibilidad, Santo Tomás discute sobre
el carácter meritorio de la oración[13],
la cual posee ese carácter a causa de la gracia santificante, asimismo el mismo
orar es don de Dios, el orar es propio de quien recibe por gracia, es un acto
característico de la creatura racional, dotada de razón y que tienen conciencia
de un superior para poder suplicar[14].
Es más, ya que Dios es el autor de nuestros bienes, oramos para pedir lo que de
antemano ya nos sería dado por Dios, y no para alterar la disposición divina a
dar su gracia, ella sirve para que nosotros mismos nos convenzamos que hemos de
recurrir al auxilio divino en nuestras necesidades[15].
De modo similar, entre los «tipos» de oración que Antonio María señala en sus
Escritos, está la «petición», por medio de la cual se muestra y se pide a Dios
en la mente lo que se necesita o que se quiera tener con abundancia y, claro,
«aquello que Él juzga más oportuno para lo queridos amigos y la Iglesia
Universal»[16].
Más aún,
Es necesario
que siempre confíes en la ayuda divina y experimentes que ésta no te debe
faltar nunca. […] El reformador, pues, ha de ser divino y santo, y por muchas
experiencias personales ha de conocer que nunca Dios le faltó en sus
necesidades y buenas voluntades. Que, aun cuando muchas veces tarde en dar lo
que se busca, para aparecer mejor aún suele por último otorgarlo después de
rogado (Constitución 18, p. 221).
En consecuencia del siglo XVI y su contexto
histórico y eclesial, la «reforma» se convirtió en algo característico de la
espiritualidad del Santo Fundador, y consiguientemente, de toda la Orden , por lo que sus
miembros deberían ser auténticos reformadores. Por ello, en cuanto a la gracia,
don de Dios, las habilidades exigidas para esos «reformadores», según Antonio
María, consistían en ser perseverantes, santos, divinos y confiados en la ayuda
divina, además de en las experiencias personales, ser apto a reconocer que Dios
nunca ha faltado, una vez que capacidad alguna tiene el hombre por sí mismo, sino
que hay que atribuirla a Dios, la fuente de donde proviene tales capacidades,
ha dicho San Pablo[17],
y Antonio María es profundo conocedor de ese aspecto.
De hecho, por la doctrina de la gracia en
relación a las virtudes humanas, el hombre experimenta que sus virtudes son
purificadas y elevadas por la gracia divina, y con la ayuda de Dios la práctica
del bien será realizada con maestría y hábilmente[18],
pues mediante la educación, ejercicio, perseverancia y esfuerzo el hombre
adquiere las virtudes humanas, pero la gracia es, como antes dicho, sobrenatural, y así, regalo de Dios que,
más que ayudas para el fácil ejercicio y práctica del bien, es «disposición
para la calidad divina de nuestro
obrar»[19].
En sus escritos, Antonio María siempre agradece
y propaga que se agradezca por los dones que Dios le otorga. En este caso,
salta de gozo por sus hijas, las Angélicas de San Pablo:
Amadas
hijas, desplieguen sus banderas, porque el Crucifijo pronto las enviará a
anunciar por doquier la viveza del espíritu y el espíritu vivo. Infinitas
gracias, Señor, te digo, por la estirpe generosa que me has dado (Carta 5, p.
38)
En realidad, la experiencia de la gratitud
evoca actitudes de agradecimiento y reconocimiento en el destinatario, lo dado
encuentra correspondencia, en el agradecido hay algo que le hace grato[20].
En cuanto a la experiencia de la gracia divina regalada al hombre en el mundo,
la misma gracia expresa el hombre dependiente de Dios y su benevolencia, y por
ese motivo se presenta en actitud de agradecimiento[21],
ya que su realización como ser en el mundo lo que le satisface y llena de gozo
es la experiencia de lo inalcanzable, que le es dado gratuitamente, como don[22].
3. GRACIA SANTIFICANTE
En las reflexiones zaccarianas, se destaca que la gracia es don de Dios
que nos santifica.
Tengan
por cierto que la Bondad
infinita nos congregó principalmente para nuestra salvación y para el progreso
espiritual de nuestras almas; y no hay que valorar de poca utilidad esta
nuestra .A.: es un gran beneficio y una gracia particular de la Bondad divina; sin duda lo
constatarán después, aunque de momento aún no lo vean (Sermón 1, p. 83).
Antonio María percibe que las gracias que Dios
concede al hombre son para su «salvezza»,
«salute» y «santificazione». Así, advierte que su grupo espiritual (la sigla
.A. significa «Amistad»[23],
el grupo espiritual de S. Antonio María en el cual, probablemente, pronunció
sus sermones) es una «gracia particular» porque ahí están unidos como llamados
para la salvación y para el progreso espiritual, otra gran exigencia presente
en sus reflexiones para aquel que anhela ser reformador. La palabra usada para
caracterizar al grupo (beneficio) manifiesta el carácter de don, de favor
divino, y, en ese sentido, sería una gracia
actual, pues bajo esa expresión se designan aquellas «intervenciones
divinas que están en el origen de la conversión o en el curso de la obra de
santificación»[24]. Es,
asimismo, una ayuda sobrenatural de la liberalidad de Dios, que carga en sí el
carácter de la vida intradivina y que tiende a esa vida intradivina, ya que es
auxilio a la santificación y salvación del hombre[25].
Es más,
Llevado
por la ternura y afecto que les tengo, me veo obligado a suplicarles que tengan
a bien complacerme en esto [firme progresar]; porque yo conozco la cumbre de la
perfección a la que los tiene destinados el Crucifijo, conozco la abundancia de
las gracias que les ha otorgado, los frutos que quiere obtener y el nivel a que
quiere llevarlos (Carta 11, 74).
En realidad, qué más sería la «cumbre de la
perfección» de que habla el Santo Fundador que la salvación y santificación, la
vida de comunión con Dios. Además, Dios, por su gracia donada, hace de los
hombres su templo.
Más bien
en toda verdad, sencillez y franqueza prepararé mi corazón a Dios: que por su
gracia allí residirá establemente (cf. Jn 14,23) y lo hará su templo (cf. 1Cor
3,16-17; 6,19) (Sermón 2, p. 107).
Las tres referencias bíblicas presentes en el
texto articulan el tema de la inhabitación de Dios en el que «el yo humano es
traspasado por el esplendor de la luz divina y por el fuego del amor de Dios»[26],
principalmente, desde la referencia al texto de Jn 14, 23[27],
puesto que en la teología de la gracia juánica, la inhabitación se invierte, ya
que el creyente es quien permanece e inhabita en Cristo y en Dios porque Cristo
y Dios permanecen y habitan en él[28],
hacen del corazón del hombre un «templo». Por su parte, los textos paulinos
(1Cor 3,16-17; 6,19) clarifican que el hombre es santuario de Dios y el
Espíritu habita en él, de ahí que si alguien destruye ese santuario «Dios lo
destruirá», ya que es santuario sagrado -1Cor 3,16,17-, además porque el
santuario es el hombre, pero no le pertenece ya que lo «ha recibido de Dios»
-1Cor 6,19-, o sea, es gracia, don, beneficio.
En ese sentido, se puede hablar ya de una
definición de gracia que fue planteada tan sólo por teólogos modernos: la
gracia como autocomunicación de Dios al hombre, que se comunica con el hombre
en el templo del corazón humano. Igualmente, se puede hablar de la paradoja en
la cual vive el hombre, pues aspira a Dios, lo puede recibir en su corazón,
pero solamente en la gratuidad, sentido muy bien asimilado por Antonio María al
decir que «residirá establemente por su gracia», o sea, es una experiencia de
gratitud.
Ahora bien, más allá de los dones que sirven al
hombre y su progreso, la mayor de las gracias, es la donación del Hijo para
nuestra santificación y salvación.
El padre
da pan y no piedras a sus hijos; pescado y no serpientes (Mt 7,9ss; Lc 11,11).
Y Dios que creó el cielo y el universo para el hombre, y al mismo hombre a su
imagen y semejanza (Gn 1,26) y capaz de alcanzar la felicidad, y además envió a
sus Hijo para la salvación del hombre, tomando apariencia de siervo (Fl 2,7), y
lo entregó a muerte cruel en sustitución del hombre (Rm 8,32); ¿cómo daría al
hombre, y más lo insertaría en él, el principio del mal, la ruina y la muerte?
Nadie, en su sano juicio, lo podría creer (Sermón 5, p. 141).
En efecto, la imagen del papá de Mt 7,9ss ayuda
a clarificar una cuestión no menos fundamental en la Antropología Teológica :
si fuimos creados capaces de «alcanzar la felicidad», en fin, para la
santificación y salvación, y además, el Hijo es enviado «para la salvación»,
¿cómo pudimos haber sido predestinados a la muerte, «insertos con el principio
del mal»? El texto de Rm 8,32, usado en el texto, muy acertadamente apunta en
esa dirección: por no perdonar al propio Hijo para que nos salváramos, con él
(el Hijo) «nos dará graciosamente todas las cosas», y entre esas cosas no está,
obvio, el mal y la muerte, puesto que la predestinación para el mal y la muerte
es algo que no sólo no se profesa, sino que además es fuertemente rechazado en
el Sínodo de Orange, realizado en 529 (DH 397).
En otras palabras, todos los hombres son
predestinados por Dios a la salvación, a la vida con Dios, y en eso consiste la
gracia santificante: que nos hace participar de la vida divina[29],
o mejor dicho, don habitual, disposición que perfecciona el alma a la vida con
Dios[30],
la «gratia gratum faciens» de Santo
Tomás, que le justifica.
4. GRACIA COMO “CARISMA”
La gracia nos fue donada, como santificante,
pero también como "carisma", es decir, don como ayuda para el
progreso espiritual y responsabilidad con los demás.
Deseo y
quiero -y los dos son bien capaces si así quieren- que lleguen a ser grandes
santos, con tal que tomen la firme determinación de progresar y devolverle más
aquellos dones y gracias al Crucifijo, del cual los han recibido (Carta 11, p.
74).
Un primer aspecto bastante fundamental es el
hombre capax, o sea, el Santo
Fundador reconoce muy bien esa característica propiamente humana: capacidad de
santidad, es un don dado por Dios al hombre, porque ése fue creado capaz de
recibir. Y recibe porque las gracias tienen por única causa a Dios mismo, y la
frase «del cual han recibido» demuestra la única autoría de Dios, porque
Jesucristo Crucificado es causa de la gracia debido a su divinidad, en cuanto
Dios[31].
La exigencia es que, habiendo recibido, el hombre sea determinado en progresar
espiritualmente y «devolverle más aquellos dones y gracias», que, en las
reflexiones zaccarianas, es una tarea sólo realizable en la relación con los
demás, que fueron constituidos medios para esa «devolución». El por qué de
"devolverle al Crucifijo los dones y gracias que recibimos", nos lo
explica S. Antonio:
Dios, en
cambio, da de lo suyo y a todas las creaturas, y abundantemente, y sobre todo
no busca nuestros bienes ni los necesita (Sl 16,2). ¿No nos corresponde, pues,
darle el tributo que merece? Por supuesto que sí (Sermón 3, p. 109).
En efecto, siguiendo a 1Cor 4,7, ¿qué tiene el
hombre que no lo haya recibido? Y la generosidad de Dios, que «da de lo suyo»
debe enfrentarse con la correspondencia humana, o sea, es justo que habiendo
recibido, el ser humano se lo «dé el tributo», que retorna a la referencia a
los demás, ya que en espiritualidad de Antonio María «la mediación del hombre
es indispensable para el hombre al momento en que debe andar hacia Dios»[32].
S. Antonio, además, reflexiona si podremos
"devolverle":
Tampoco
puedes acusarlo -si miras con el ojo perspicaz y sano de tu mente- de que te
haya ordenado algo difícil y desproporcionado a tus fuerzas (cf. Dt 30,11),
pues Él es fiel y justo dispensador de todas las cosas y a cada uno da según su
propia capacidad y sus propias fuerzas (Mt 25,15) (Sermón 1, p. 84)
«Según las propias capacidades y fuerzas»
recibió el hombre lo necesario para su progreso, muestra de que Dios es justo,
fiel y equilibrado en su función de dispensador de las cosas y gracias,
ratificado por el texto citado de Mt 25,15, es decir, el hombre que se iba
ausentar ya sabía que el que recibía un talento no tenía capacidad para recibir
cinco, y le demostró que ni con uno sólo talento fue capaz. Pero el hombre está
dotado de capacidad y fuerza por la gracia de Dios para «devolver los dones y
gracias» recibidos mediante el amor al prójimo.
Si me
preguntaras, Amadísimo, de qué debes darle fruto, apunta: de lo que se
encuentra en ti, pues todo bien viene de lo alto (St 1,17); y aún, en lo que no
tienes, pero deseas tener, pues Él da el deseo y el actuar tratando de
agradarle (Fl 2,13), y da aún más de lo que el hombre sabe desear (Sermón 3, p.
112).
Supuestos el por qué y la capacidad de la
restitución de las gracias recibidas del Crucifijo, Antonio María indica qué se
puede restituir: «lo que se encuentra en él», esto es, una vez que estamos
hablando de «gratia gratis data» (en
término tomasianos), entonces son aquellos «carismas, gracias que el Espíritu
dona o suscita deliberadamente en cada uno por el bien de los hermanos»[33], pues la
gracia también engloba los dones concedidos por el Espíritu que nos asocia a su
obra, «para hacernos capaces de colaborar en la salvación de los otros y en el
crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia»[34].
Estas gracias son una especie de capacitación interna para la ejecución de
acciones que se ordenan a la salvación y santificación de otros. Así que,
tenemos las "herramientas" necesarias para progresar espiritualmente.
Para colmo:
Más,
haberle suministrado tantas ayudas, como su Ley, los santos Patriarcas y
Profetas, las continuas inspiraciones y ministerios de los ángeles e infinitas
dispensaciones más. […] De aquí concluyes, amadísimo, que -pudiendo Dios
adelantar su obra en ti, y sabiendo usar todos los modos, todos los caminos,
todos los medios, y al haberte dado el buen querer- no depende de Él si tú no
progresas (Sermón 1, p. 83).
La gracia donada nos sirve como
"carisma" para el progreso espiritual propio, y, como «gratia gratis data», también para la
responsabilidad y el bien de los demás.
Echemos a
correr como locos no sólo hacia Dios, sino también hacia el prójimo, el cual
nos ofrece el medio de dar a Dios lo que no podemos darle directamente, no
teniendo Él necesidad de nuestros bienes (Carta II, p. 24).
Una vez que Dios actúa en favor del hombre
mediante otros hombres[35],
vale también lo contrario, es decir, es necesaria la mediación de otro hombre
para andar hacia Dios, y así, la caridad como «correr hacia el prójimo» se
torna necesaria, en el sentido de que él será el destinatario visible de aquel
«amor carismático» que se quiere destinar a Dios invisible[36].
5. GRACIA Y LIBRE ALBEDRÍO
El tema tiene su profundidad en las reflexiones
zaccarianas. Para empezar, S. Antonio tiene una expresión peculiar: la
“excelencia” del libre albedrío.
Más aún,
es tal la excelencia del libre albedrío, mediante la gracia de Dios, que el
hombre puede convertirse en demonio o dios, según le plazca. Dice Dios por boca
del profeta David: “Yo dije: ustedes son dioses e hijos del Altísimo” (Sl 81
[82],6); e infinitas veces nuestros Santos han sido llamados y considerados
como dioses en la carne, como Pablo cuando arrojó la serpiente al fuego (Hch
28,5-6) (Sermón 5, p. 145).
Antonio María reivindica la «excelencia del
libre albedrío» justamente por la gran capacidad de decisión presente en la
esencia del ser humano, pudiendo «convertirse en demonio o dios», ratificando
la visión teológica del hombre, que lo ve como un ser libre por esencia, y por
eso, puede responder a la oferta de Dios y la donación de su gracia, positiva o
negativamente, «según le plazca». Sin embargo, por ese libre albedrío o
«libertad interior», como muchas veces prefiere hablar el Fundador, más que
elegir entre bien y mal, lo más maravilloso que hizo Dios fue que el hombre
puede convertir el mal en bien, hacerlo que le sea útil y provechoso[37],
o sea, es una libertad que ya tiende hacia el bien y, zaccarianamente hablando,
hacia el progreso espiritual.
Así que, el hombre podría solo y por su libre
albedrío optar por el progreso espiritual. Sin embargo:
La causa,
pues, de nuestro escaso provecho no es Dios ni la ley, o que nosotros no
podamos; es que no respetamos el debido orden, y queremos dárnoslas de maestros
antes de ser discípulos. Por tanto procuremos primero guardar los mandamientos
de Dios, después alcanzaremos la libertad de espíritu: la cual nos dona la Majestad divina por su
bondad (Sermón 1, p. 92).
El ejercicio de la libertad necesita de cierto
«procedimiento» para que sea auténtica «libertad de espíritu», aquella santa
libertad de los hijos de Dios[38],
y no la herejía del «libre espíritu».
El «procedimiento» hace referencia a los
mandamientos de Dios, que, en la enseñanza de Antonio María, describe tanto la
antigua ley como la «ley nueva del Espíritu», pues la antigua ley aún es imprescindible
como punto de partida en cuanto que son «aquellas morales inherentes a la
naturaleza humana e que así tienen un carácter universal»[39],
sin embargo, «el cristiano vive y obra según los principios de la nueva ley del
Espíritu, que es 'ley de amor', por lo demás, inherente al corazón»[40].
De la mano de Santo Tomás, define la ley antigua como ley del temor, y la nueva
ley es «fundamentalmente la misma gracia del Espíritu Santo escrita en el
corazón de los fieles»[41].
En lo que se refiere a esa relación ley-amor-libertad, no hay oposición entre
el amor y la ley, sino que «la ley es una revelación del amor de Dios y la
obediencia es un modo del amor humano»[42],
y así: a) Dios se revela por los mandamientos, que son autocomunicaciones de su
puro amor que se da y se regala; y b) en la obediencia luce la libertad,
libertad de los hijos de Dios, que es libertad de la pesada opresión de la ley,
una vez que la desobediencia acarrea esclavitud del pecado y la concupiscencia
del corazón[43].
De cualquier modo, en el progreso espiritual,
la gracia divina es de suma importancia.
Y para no
alargarme más, considera tú mismo cuán admirablemente te ayudó Dios una y otra
vez. […] En resumen: Dios es causa de todo bien; y aunque Pablo siembre y Apolo
riegue, es Dios que da crecimiento (1Cor 3,6) (Sermón 3, p. 111).
La gracia de Dios es necesaria en toda obra y
acción humana, puesto que es Él quien «da», quien dona el progreso, y quien
conduce a la consumación, además de ser la «causa», el fundamento de todo bien.
El punto problemático y polémico aquí es la comprensión de la relación entre la
acción humana, producto de la libertad, y la gracia divina. Problemático porque
por varias veces se genera confusiones al intentar explicar cómo obra la gracia
y, a la vez, entender la libertad humana, dado que Dios es incomprensible en su
esencia y actividad y es notable lo que tiene de secreto y misterio la persona
humana.[44]
Ahora bien, la gracia está presente y es
necesario recorrer a ella.
Advierte
también esto: inútilmente se trata de reformares las costumbres si no está
presente la Divina
Gracia , que empero prometió estar con nosotros hasta el fin
del mundo (Mt 28,20); y está tan presta a ayudarnos, que quiere más bien poder
enrostrarnos y mostrarnos culpables de no habernos atrevido, por infidelidad, a
abrazar cosas grandes, que no poder nosotros culparla a ella de haber faltado
(Constitución 18, p. 216-217).
El hombre debe siempre
referirse a la gracia porque, en línea con 2Cor 3,5, por él mismo no es capaz
de atribuirse cosa alguna, ya que su capacidad proviene de Dios, o sea, como ha
dicho Antonio María explícitamente, será inútil, es esfuerzo arrojado fuera el
intentar trabajar por fuerzas propias. Además, la «divina gracia» está siempre
disponible y entregada al auxilio del hombre, el cual, por ese motivo, no puede
echarle la culpa por una posible falta. Aunque eso, se puede caer en el error
de la teología de la Reforma
de que la naturaleza humana, más que herida, está corrompida por el pecado, en
consecuencia, lo que procede del hombre es sólo y puramente pecado, en fondo,
es incapaz de hacer el mínimo bien. En realidad, solamente «es incapaz de hacer
determinadas obras buenas, de obrar el bien sobrenatural, de realizar acciones
que estén en íntima relación con la vida de santidad de Dios trino»[45],
o sea, el hombre cayó por el pecado, eso sí, pero aún así la doctrina de la Iglesia afirma que él es
capaz de hacer el bien moral con sus fuerzas naturales y sin la gracia
sobrenatural.
Por lo tanto, gracia y libre albedrío operan en
recíproca interacción.
Mas lo
que por su propia naturaleza parece ser imposible, con la ayuda de Dios se
vuelve muy fácil, a condición de que aportemos industriosa y generosamente
nuestra colaboración, poniendo en ello todo aquel empeño y esfuerzo de que Dios
no ha concedido (Carta 3, p. 28-29).
En los escritos de Antonio María, el término
«industria» está a menudo unido al de gracia, de donde se sigue que, Dios da la
gracia, da su ayuda al hombre, pero su gracia no anula la libertad del hombre,
que elige por el empeño y esfuerzo en colaborar. Si bien, con la última
afirmación del texto se puede hacer un paralelo con Pablo en Fl 2,13, en el
sentido de que es Dios el que obra en nosotros el querer y el obrar, realiza en
el hombre y por medio del hombre lo que le pide[46],
entendiéndose adecuadamente que la gracia más bien asegura la realización y
cumplimiento de la libertad humana que su anulación, y no hay cualquier
contraste con la acción divina que precede, acompaña y eleva cada inclinación
positiva de la voluntad humana al hablar de la «industria» o iniciativa humana[47].
6. CONCLUSIÓN
El presente trabajo objetivaba ser una
reflexión acerca de la relación entre la Gracia de Dios y la libertad humana desde el
enfoque de San Antonio María. Muy provechoso, damos un repaso sobre la pregunta
metódica que guió la realización de ese trabajo: ¿cómo entender, en términos
zaccarianos, que el hombre puede, «si quiere», llegar a un alto grado de
perfección, sin embargo, para eso necesita el auxilio de la «gracia de Dios»?
Las diversas citas y pasajes de los Escritos de
San Antonio María nos auxiliaron a desvelar sus ideas acerca de la gracia como
don al hombre para su progreso espiritual, don que es producto de la
espontaneidad y bondad de Dios, regalada desde su Amor para con la humanidad, a
fin de igual modo de santificarlo, es decir, es don que santifica y hace del
hombre «receptáculo» y «templo» de Dios mismo, resultando en la vida de
comunión con Dios que se auto-comunica al hombre, de forma que ése sale al
encuentro y responsabilidad con los demás, o sea, la gracia como «carisma» le
otorga la capacidad y la fuerza para la restitución de las gracias recibidas
mediante el amor al prójimo, constituido «medio» para esa restitución. Todo eso
como auxilio al hombre dotado de libertad para elegir por la gracia de Dios,
positiva o negativamente.
En efecto, Dios continuamente dona de su gracia
como don, santificación y carisma para el hombre que avanza entre los grados de
perfección, así que no avanza sólo, sino que el auxilio divino lo sustenta perennemente.
En términos zaccarianos, se entiende esa capacidad del hombre de poder llegar
al alto grado de perfección junto a la ayuda de la gracia de Dios, porque su
libertad y la gracia divina se relacionan mutuamente por colaboración, es
decir, la «industria» humana opera en recíproca interacción con la gracia de
Dios, y la gracia de Dios certifica la realización y cumplimiento de la
verdadera y auténtica libertad humana.
Por lo tanto, la misma libertad es en sí don de
Dios para el hombre, porque así fue creado, dotado del libre albedrío,
asimismo, una vez creado para Dios, es capax
Dei desde su libertad.
7. BIBLIOGRAFIA
CAGNI, G.; GHILARDOTTI, F.; I Sermoni di S. Antonio M. Zaccaría, en Barnabiti Studi, 21, Roma, 2004.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA ,
Lumen, Buenos Aires, 1992.
GENTILI, Antonio M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario per lo Spirito: Insegnamenti
ascetico-mistici di sant’Antonio Maria Zaccaria. Àncora Milano, Milano, 1994.
MEIS, Anneliese. Antropología
Teológica: acercamientos a la paradoja del hombre. Universidad Católica de
Chile, Santiago, 1997
SCHMAUS, Michael. Teología
Dogmática, Tomo V-La Gracia Divina, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1962
ZACCARIA, Antonio María. Escritos.
San Vicente Tagua Tagua, 2008.
[1] Todas las citas desde: ZACCARIA, Antonio
María. Escritos. Un encuentro con el
espíritu del Reformador. San Vicente Tagua Tagua, 2008.
[2] Desde esa
perspectiva, la gracia supone una voluntad creadora por detrás de las cosas y
acontecimientos, la cual crea y ordena (Cf.: SCHMAUS, Michael. Esencia de la gracia, en: Teología Dogmática, Tomo V-La Gracia
Divina, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1962, p. 19).
[3] El texto original (en italiano) pone «vasello» que se puede traducir también por
"vaso", "recipiente", como en 2Tm 2,21: «Si, pues, alguno
se mantiene limpio de estas faltas, será un utensilio para uso noble,
santificado y útil para su Dueño, dispuesto para toda obra buena» (Cf.: CAGNI,
G.; GHILARDOTTI, F.; I Sermoni di S.
Antonio M. Zaccaría, en Barnabiti
Studi, 21, Roma, 2004, p. 93).
[5] SCHMAUS, Michael. Esencia de la gracia, en: Teología Dogmática, Tomo V-La Gracia
Divina, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1962, p. 20.
[6] Aquí ya surge una
de las influencias del pensamiento de Santo Tomás de Aquino en las reflexiones
de Antonio María. A respecto de eso, dice S. Tomás, que si el hombre tiene la
gracia divina, entonces en él hay una realidad sobrenatural que viene de Dios;
es más, la gracia es infundida y pone algo en el alma: la gratitud y el
reconocimiento (Cf.: Suma Theologica,
I.II, 110, 1).
[10] El ideal para Antonio María es «estar siempre
con la mente elevada» en la contemplación de Dios (Cs 8).
[11] GENTILI, Antonio M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario per lo Spirito: Insegnamenti
ascetico-mistici di sant’Antonio Maria Zaccaria. Àncora Milano, Milano, 1994,
p. 125
[16] Constituciones,
Cap. 10, en: ZACCARIA,
Antonio María. Escritos. Un
encuentro con el espíritu del Reformador. San Vicente Tagua Tagua, 2008, pp.
184-187.
[19] SCHMAUS, Michael. Teología Dogmática, Tomo V-La Gracia
Divina, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1962, p. 179.
[22] Cf.: MEIS,
Anneliese. Antropología Teológica:
acercamientos a la paradoja del hombre. Universidad Católica de Chile,
Santiago, 1997, p. 40ss.
[23] «Un movimiento
espontáneo de alta espiritualidad, impregnado incluso de misticismo,
desarrollado en todo el Valle del Reno, de los Países Bajos a Colonia, en
Estraburgo, en Basilea, en el norte de Italia» (CAGNI, G.; GHILARDOTTI, F.; I
Sermoni di S. Antonio M. Zaccaría, Introduzione: 3. L’Amicizia, en Barnabiti Studi, 21, Roma, 2004, p. 38.
[25] Cf.: SCHMAUS, Michael. Teología
Dogmática, Tomo V-La Gracia Divina, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1962, p.
253.
[27] «Si alguno me
ama, guardará mi Palabra, y mi Padre me amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él».
[28] Cf.: MEIS,
Anneliese. Antropología Teológica:
acercamientos a la paradoja del hombre. Universidad Católica de Chile,
Santiago, 1997, p. 276.
[29] GENTILI, Antonio
M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario per
lo Spirito: Insegnamenti ascetico-mistici di sant’Antonio Maria Zaccaria.
Àncora Milano, Milano, 1994, p. 159.
[31] Cf.: MEIS,
Anneliese. Antropología Teológica:
acercamientos a la paradoja del hombre. Universidad Católica de Chile,
Santiago, 1997, p. 384.
[32] GENTILI, Antonio
M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario per
lo Spirito: Insegnamenti ascetico-mistici di sant’Antonio Maria Zaccaria. Àncora Milano, Milano, 1994, p. 209.
[36] Cf.: GENTILI, Antonio
M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario per
lo Spirito: Insegnamenti ascetico-mistici di sant’Antonio Maria Zaccaria.
Àncora Milano, Milano, 1994, p. 209ss.
[38] 2Cor 3,17: «Porque
el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad»; Gal 5,13: «Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad»;
1Pe 2,16: «Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un
pretexto para la maldad, sino como servos de Dios»; St 2,12: «Hablad y obrad
tal como corresponde a los que han de ser juzgados por la Ley de la libertad».
[39] GENTILI, Antonio
M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario per
lo Spirito: Insegnamenti ascetico-mistici di sant’Antonio Maria Zaccaria.
Àncora Milano, Milano, 1994, p. 70.
[42] SCHMAUS, Michael. Teología Dogmática, Tomo V-La Gracia
Divina, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1962, p. 389.
[46] Cf.: GENTILI,
Antonio M.; SCALESE, Giovanni M. Prontuario
per lo Spirito: Insegnamenti ascetico-mistici di sant’Antonio Maria
Zaccaria. Àncora Milano, Milano, 1994, p. 176ss.